«Un Corazón de Piedra» [Ezequiel 36:26]

«Un Corazón de Piedra» [Ezequiel 36:26]

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Hermanos, como ya saben, nos toca como jóvenes hablar sobre el tema “Un corazón de piedra”, un versículo que viene del libro de Ezequiel. Como soy el primero en predicar, me corresponde entrar un poco en el contexto de quién era Ezequiel.

Voy a ir leyendo quién era Ezequiel. Ezequiel, hijo de Buzi, profeta mayor de la tribu de Leví. Tenía treinta años y estaba casado. Su nombre significa “Dios fortalecerá”. Esta información la busqué para conocer más sobre su contexto.

Era un profeta mayor que vivió en una época complicada, cuando Israel había sido apresado por Babilonia. Los israelitas habían sido sacados de su pueblo y estaban viviendo junto al río Quebar. Ese es el contexto general de quién era Ezequiel.

La Primera Revelación de Dios

Dios se presenta ante Ezequiel de una forma maravillosa, una de las más impresionantes en las que el Señor se muestra en el Antiguo Testamento. Ezequiel recibe esta primera revelación del Señor, que está en el primer capítulo del libro.

“Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, una gran nube con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente. Y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y el aspecto de sus caras era cara de hombre, cara de león al lado derecho de los cuatro, cara de águila atrás y cara de búfalo al lado izquierdo. Así mismo, mientras yo miraba los seres vivientes, he aquí una rueda sobre la tierra junto a los seres vivientes a los cuatro lados. El aspecto de las ruedas y su obra era semejante al color crisólito, y las cuatro tenían una misma semejanza. Su apariencia y su obra eran como rueda en medio de rueda, y sus aros eran altos y espantosos y llenos de ojos alrededor en las cuatro. Y sobre la cabeza de los seres vivientes aparecía una expansión a manera de cristal maravilloso, extendida sobre su cabeza. Y sobre la expansión había una figura de un trono que parecía de piedra de zafiro, y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él.”
(Ezequiel 1:4-6, 10, 15-16, 18, 22, 26)

Así se le presentó Dios a Ezequiel en su primera revelación. Él vivía en medio de una época tumultuosa, fuera de su hogar. Para un israelita, estar lejos de Jerusalén era estar lejos del templo, y estar lejos del templo era sentirse lejos de la presencia de Dios.

Pero el Señor aparece entre medio de las nubes con esta figura impresionante, en un carruaje gigante con cuatro ruedas, llevadas por cuatro seres con cabezas de animales mirando en diferentes direcciones. Se le hace presente a Ezequiel en su trono de gracia y le dice: “Yo estoy aquí con ustedes. Necesito que le hables al pueblo de Israel.”

Este pueblo, que estaba vencido, no necesitó un templo, porque el mismo Dios fue a buscarlos para decirles: “Esto están haciendo mal, esto tienen que cambiar.”

Es impresionante cómo el Señor se presenta. Ahora nosotros vivimos por la gracia de Jesucristo y tenemos al Señor en medio de nosotros, pero en ese tiempo los israelitas creían que estaban sin Dios. El Señor, por primera vez, se les hizo presente fuera de su templo.

Y esta es una verdad innegable: cuando más derrotados estamos, cuando más cansados, cuando sufrimos agonía o persecución, no somos nosotros quienes tenemos que ir a buscar al Señor, sino que Él viene a buscarnos. Él calma nuestros corazones, nos encuentra cuando sufrimos y cuando nos corretea el imperio babilónico, ahí aparece el Señor.

Ezequiel empieza a recibir profecías del Señor durante veintidós años. A los treinta años recibe la primera palabra, y durante todo ese tiempo el Señor le habla. Las profecías eran fuertes, porque el Señor decía al pueblo: “Tú me abandonaste, tú me dejaste. El juicio va a caer sobre ti si no cambias.”

Ezequiel habla a los reyes de Israel, a las personas con poder, que estaban desalineadas y no buscaban al Señor. Adoraban a otros dioses, incluso en el mismo templo de Dios.

La Desobediencia del Pueblo

Nunca podría imaginar lo que sentía Dios. Él los había sacado del desierto, les dio una tierra, un reinado, les dio reyes y un templo. Pero después de tanto tiempo, los israelitas nuevamente le dieron la espalda.

Aun así, en el exilio, con Babilonia atacándolos, el Señor los miraba otra vez.

Y eso me hace identificarme con los israelitas, porque muchas veces yo también le he girado la cara al Señor. Sin querer, he decidido no hacer caso a lo que el Señor me ha enseñado. Me he apartado de lo que Él quiere para mí.

A veces le doy el primer lugar al TikTok, a las redes sociales, incluso a mi polola antes que a Dios. Prefiero salir, distraerme, en vez de orar o leer la Palabra. Y creo que muchos se sienten identificados con eso. Le quitamos el primer lugar a Dios, igual que los israelitas.

El pueblo que conocía lo bueno prefería hacer lo malo. Y eso me confronta. No quiero que mi vida pase así, sin darme cuenta de que tengo un corazón hecho de roca que no conoció al Señor.

La Vida con Dios

Nosotros ya tenemos la salvación asegurada. El Señor nos da esa seguridad, pero hay un gran tema: cuando lleguemos al cielo, ¿de qué hablaremos con el Señor si no lo conocemos?

No quiero llegar allá sin tener historia con Él, sin poder decir: “Señor, te serví, te conocí.” No quiero estar vacío.

Si el Señor nos puso a trabajar en algo o despierta una necesidad en nuestros corazones, debemos responder con “Amén”. Somos cristianos no solo de nombre, sino transformados por el Señor.

Más allá de las recompensas, lo importante es no vivir la vida sin Dios. No importa cuántas recompensas recibamos en el cielo. Lo esencial es vivir esta vida con el Señor. Lo demás vendrá por añadidura.

Juicio, Corrección y Propósito

El Señor comenzó estas profecías con advertencias. Advirtió a quienes adoraban otros dioses, a los líderes y a los enemigos de Israel: Tiro, Ammón, Filistea, Moab, Edom, Egipto y Babilonia.

Dios dejaba caer palabras de juicio no solo contra los enemigos, sino también contra Su propio pueblo. Quería que Israel no siguiera las conductas de los malos.

A veces creemos que si al malo le va bien, podemos hacer lo mismo. Pero el Señor ocupa tanto lo malo como lo bueno para nuestro favor. Él usó incluso a Babilonia para corregir a Israel.

La situación negativa también forma parte del propósito de Dios. No debemos seguir los mismos pasos del pueblo de Israel ni endurecer nuestro corazón.

Un Corazón Nuevo

“Deja atrás tu rebelión y procura encontrar un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habrías de morir, oh pueblo de Israel? No quiero que mueras, dice el Señor soberano. Cambia de rumbo y vive.”
(Ezequiel 18:31-32)

El Señor ruega a Su pueblo que cambie. Nos pide ablandar ese corazón duro, porque Él siempre está ahí. Dios fue el primer misionero. No teniendo que hacerlo, buscó a Abraham y le dijo: “Yo soy tu Dios.”

Sigamos su ejemplo: así como Dios fue hacia Abraham, nosotros debemos ir hacia aquellos que necesitan el amor y la salvación de Dios.

El Buen Pastor

“Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día nublado y de oscuridad.”
(Ezequiel 34:11-12)

“Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán rapiña, y juzgaré entre oveja y oveja. Y levantaré sobre ellas a un pastor, mi siervo David. Él las apacentará y les será por pastor.”
(Ezequiel 34:22-23)

Dios es el Buen Pastor, y Su promesa se cumple en Jesús, la descendencia de David. Jesús amó a quien lo traicionó, pidió oración en el monte y, aun cuando fue dejado solo, cargó con el peso de la cruz y del pecado.

¿Cómo no vamos a entregarnos por quien nos necesita, si Jesús lo hizo por nosotros?

Jesús fue a los pobres y necesitados, no a los poderosos. Abrió los ojos de los ciegos y mostró que Él es el Mesías.

Nosotros debemos ir por aquellos que no conocen a Dios, los que están perdidos o rechazados. Jesús no es religión, es relación. Su único requisito es que lo aceptemos. Su misericordia es infinita.

La Promesa del Corazón de Carne

“Yo os tomaré de las naciones, os recogeré de todas las tierras y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.”
(Ezequiel 36:24-27)

Jesús no mira cuántas veces pecamos, sino cuántas veces nos arrepentimos.

Esto me hace pensar en Pedro. Jesús le dijo: “Tú serás la roca sobre la cual edificaré mi iglesia.” Pero cuando Jesús fue crucificado, Pedro lo negó.

“Pedro, ¿me amas?”
“Sí, Señor, tú sabes que te amo.”
“Apacienta mis ovejas.”
(Juan 21:15-17)

Jesús buscaba que apareciera un Pedro real, no uno que dijera “sí” sin entender. Quería un corazón sincero.

Si el Señor te dice: “¿Me amas?”, y tú respondes “Sí, Señor”, entonces Él te encarga Sus ovejas. Cumple lo que Él te pidió que hicieras.

Llamado Final

El Pastor que ama a sus ovejas, pese a todo, sigue extendiendo Su amor. Dejemos nuestro corazón de piedra. Que esas piedritas caigan y se transforme en un corazón de carne.

Si sientes que tu corazón se ha endurecido, este es el momento. Pide al Señor que lo ablande y lo procese. Hoy quiero vivir con un corazón moldeado por Dios.

Oración:

Bendito Dios, Tú haces todo perfecto. Nos tratas en el exilio y nos vas a buscar cuando estamos heridos. Muchas veces te hemos girado el rostro. Te pedimos que hoy transformes nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.

Quita nuestras idolatrías, nuestro pecado y nuestra inmundicia. Transforma ese corazón endurecido, porque Tú, Jesús, dijiste que ibas a buscarnos como el Buen Pastor.

Gracias, Padre, porque haces algo nuevo de lo que parecía destruido y abatido. Dejo los corazones de todos los aquí presentes en tus manos, para que sean procesados por Ti.En el nombre de Jesús,
Amén.