¡Escucha el mensaje completo aquí!
Qué gusto de volver a ver a mis hermanos. Qué maravilloso que el Señor ha tenido misericordia de nosotros. Los que hemos estado delicados de salud sabemos lo que es volver a vivir, así que amanecemos cada día con tanta alegría y con tanto gozo. No tenemos ese peso terrible de “ya amanecí vivo otra vez”, sino que decimos: Gracias, Señor, porque estoy vivo y estoy alegre por lo que Él ha hecho por mí. No por lo que yo hago por Él, sino por lo que Él ha hecho en mí.
Llamadas y llamados a ser santos
En esta mañana quiero compartir algo que me ha tenido inquieta bastante tiempo: ser santos. Porque el Señor nos llamó y nos hizo santos. No necesitamos esperar, como en otras congregaciones, a que cuando nos muramos nos canonicen. Somos santos el día que recibimos a Cristo como nuestro Salvador, el día que nos arrepentimos de nuestro pasado, el día que nos damos cuenta de que habíamos avergonzado a nuestro Padre. Desde ese momento Él nos llamó santos. (Efesios 1:4-5)
Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que vivamos en santidad y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad,
No depende de nosotros la santidad, sino del Señor. Él nos ha llamado sus hijos, sus herederos. Nosotros somos los amados de Jesús. Él rindió su vida en la cruz por amor a ti y a mí. No menosprecies eso diciendo que no sabes si eres o no eres. La cosa aquí es: ¿eres o no eres? No hay otro camino. Si has decidido creer en Cristo, eres santo, y nadie puede decir lo contrario. Ni siquiera tú mismo puedes contradecirlo, porque Dios dijo que eres santo.
Desde ese día hemos obtenido la libertad y el nombre de santos. Parece que nos cuesta asimilar que somos santos. Ser santo significa ser apartado, ser justificado. Nadie puede ser santo por su propia voluntad. Santidad es haber conocido a Cristo y vivir en Él y para Él.
El pecado dentro de nosotros
Nosotros tenemos una baja autoestima espiritual. Muchas veces creemos que no somos dignos. Pero el Señor nos enseña que la santidad no depende de lo que hacemos, sino de quién habita en nosotros. Él nos limpia. Así como la manzana que parece perfecta por fuera pero tiene un gusano dentro, nosotros también tenemos pecado dentro de nosotros. Sin embargo, la sangre de Cristo limpia el corazón del hombre y lo hace un ser nuevo, sin gusano dentro de sí. (1 Juan 1:7)
Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.
El Señor nos muestra que su amor es tan grande que limpia todo nuestro ser. Bendito sea Él, porque nos hace libres del pecado.
Somos como los elefantes que, desde pequeños, son atados con una gran estaca. De adultos, basta una cuerda pequeña para mantenerlos quietos, porque se sienten atados desde la infancia. Así es el pecado en nosotros: creemos que no podemos cambiar. Pero Cristo cambia el corazón. Él nos hace libres de las cadenas del pasado. (Juan 8:36)
Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres.
La fe que justifica
Abraham fue un hombre común, pero creyó a Dios y le fue contado por justicia. (Romanos 4:1-8) No por sus obras, sino por su fe. Así también nosotros somos justificados no por lo que hacemos, sino por creerle a Dios. Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos.
Aunque caemos y nos equivocamos, el Señor es nuestro abogado. (1 Juan 2:1) Si confesamos nuestros pecados, Él nos defiende y nos perdona. Aun cuando le fallamos, Él sigue siendo fiel. Como el hijo pródigo, que reconoció su error, el Padre lo recibió, lo abrazó y lo restauró. (Lucas 15:18-24)
El pecado no debe transformarse en baja autoestima. Hemos pecado, pero Él nos ha perdonado. Vivamos en paz, alegría y justicia, porque somos sus hijos y nadie puede decir lo contrario.
El amor incondicional del Padre
Para Él somos hermosos, porque fuimos rescatados para la alabanza de su gloria. Así como una madre ve hermoso a su hijo recién nacido, aunque otros no lo vean así, el Señor nos mira con ternura y amor. Somos su creación, sus hijos amados.
Nuestros hijos pueden equivocarse muchas veces, pero siguen siendo nuestros hijos. Así también el Señor con nosotros: no nos borra cuando fallamos. Su amor es permanente y fiel. (Romanos 8:38-39)
Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
El Señor nos amó desde antes de la fundación del mundo. (Efesios 1:4) Él puso su ADN en nosotros y dijo: este es mi hijo, esta es mi hija. Aunque se equivoquen, son míos. La doctrina y la Palabra están para guiarnos, pero solo quien tiene a Cristo en su corazón es santo. El que ha dicho: “Yo creo y acepto que Cristo venga a mi vida”, es apartado y amado.
Una invitación a la salvación
La puerta está abierta para todo aquel que quiera que Cristo reine en su vida. Él no nos cambia para amarnos, nos ama para cambiarnos. Qué hermoso es el Señor. Si alguien aún no ha recibido a Cristo en su corazón, hoy es el día para hacerlo. (Apocalipsis 3:20)
Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo.
No necesitas haber ayudado a los pobres ni haber dado tus bienes. Él te llama así como estás y te dice: “Te vi antes de la fundación del mundo para que seas mío”. Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. (Filipenses 4:13)
Caminemos como santos, para siempre. Que el Señor nos bendiga a cada uno. Amén.

![«Ser santos» [Efesios 1:1-6]](https://iebc.cl/wp-content/uploads/2025/10/ser-santos-1024x576.webp)

