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Cuando Jesús necesitaba un lugar donde descansar, donde ser recibido con afecto y sin apariencias, iba a Betania. No era un templo, sino un hogar. No un púlpito, sino una mesa. Betania fue el hogar de Marta, María y Lázaro —sus amigos cercanos— y se encontraba a solo 3 kilómetros de Jerusalén, al este del Monte de los Olivos.
Allí, Jesús no encontró estructuras religiosas, sino corazones dispuestos. Allí fue amado, ungido, hospedado y también lloró. En Betania encontró descanso, comunión, fe… y también fruto.
¿Qué significa Betania?
“Betania” proviene de dos raíces hebreas:
- “Beth” = casa
- “Anyah” = afligido, pobre, miserable
También puede vincularse con “te’enah” = higo o dátil.
Por eso, Betania puede entenderse como “casa del afligido” y también como “lugar de fruto”.
Ambos significados se entrelazan maravillosamente: en Jesús, la aflicción no es estéril. Él transforma el dolor en consuelo, y del quebranto hace brotar fruto. Por eso, Betania es un símbolo del Reino: un lugar donde hay consuelo, sanidad, provisión, amistad… y vida.
¿Qué sucedió en Betania?
- Intimidad: Marta recibe a Jesús en su casa, y María se sienta a escucharlo (Lucas 10:38-42).
- Resurrección: Jesús resucita a Lázaro, revelando que Él es la vida (Juan 11).
- Unción: María unge a Jesús en señal de amor y profecía (Juan 12:1-8).
- Entrada triunfal: Desde Betania parte Jesús hacia Jerusalén, montado en un pollino (Marcos 11:1-11).
- Descanso: En los días más intensos de su pasión, Jesús vuelve cada noche a Betania (Mateo 21:17).
- Ascensión: Jesús bendice a sus discípulos cerca de Betania antes de ascender al cielo (Lucas 24:50-51).
Betania no es un destino. Es un punto de paso donde Jesús transforma lo cotidiano en eterno. ¿Cómo luce Betania hoy?
I. Betania: Lugar de Paso, no de Estancamiento
Jesús no dejó a Lázaro en la tumba. Betania fue el lugar donde la muerte fue interrumpida por la vida.
La raíz del nombre nos recuerda que el dolor no es el fin. En Cristo, la casa del afligido se convierte en casa de fruto. Los tiempos de quebranto no son nuestro destino final. En Jesús, el dolor es un punto de paso, no una morada permanente.
Cuando abrimos el corazón a Cristo, aun en medio de la aflicción, comienza a brotar fruto espiritual (Gálatas 5:22).
II. Betania: Lugar de Intimidad Real, no de Religiosidad Vacía
Jesús no buscó en Betania un altar de oro, sino una mesa con pan y amigos. Fue amado por quienes no solo lo escuchaban, sino que lo conocían.
El Reino no se manifiesta solo en un culto, sino en una conversación, una oración sincera, un abrazo oportuno.
Nuestras casas, nuestras mesas, pueden ser Betania: lugares donde Jesús es bienvenido, honrado y amado sin máscaras.
III. Betania: Lugar de Comunión Transformadora
Jesús compartía con sus amigos. Encontraba en ellos descanso. No lo necesitaba, pero lo quiso. No le faltaba nada, pero valoró el afecto humano.
Betania fue un lugar de compañía, hospitalidad y cuidado mutuo. Allí se vivía algo del diseño original del Reino.
Jesús es nuestra Betania por excelencia, pero también hallamos Betania entre quienes portan a Cristo.
¿Quién es mi Betania? ¿Dónde puedo descansar y ser yo mismo en Cristo?
¿Para quién soy yo una Betania? ¿Hay personas que encuentran descanso y consuelo cuando están conmigo?
Eres mi Betania
Jesús tuvo un lugar donde fue amado sin adornos. Hoy, Él busca hogares y corazones así. Y también nosotros necesitamos relaciones así: reales, profundas, donde podamos llorar, orar, reír y sanar.
Estamos llamados a ser Betania para otros: Escuchar, orar, acompañar, abrir nuestra mesa, levantar al caído.
No se trata de hacer grandes cosas, sino de amar de manera concreta. Ser un lugar donde Jesús es recibido… y donde otros lo encuentran.
“Eres mi Betania” no es una frase bonita. Es una invitación a ser hogar, consuelo, fruto y comunión en el nombre de Jesús.