«El Poder de la Presencia de Dios» [Éxodo 33:15]

«El Poder de la Presencia de Dios» [Éxodo 33:15]

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Bueno, poco debo decir, ya que Dios ha manifestado su gracia y su gloria en nuestra vida. Yo traía dos preguntas para iniciar el mensaje: ¿Cuál debe ser el mayor anhelo de tu vida? y ¿cuál debe ser la mayor aspiración de tu vida como cristiano?

Usted dice ser cristiano. Usted dice que ha sido salvado por la grandeza y la misericordia de Dios. Pero, ¿cuál cree usted que debe ser su aspiración mayor? Hemos cantado y pronunciado varias veces esta palabra: aspiramos a llegar a la meta. Y para eso, ¿qué necesitamos para lograr ese objetivo?

No basta con desear ir al cielo, no basta con decir que seguimos a Cristo. El verdadero anhelo debe ser vivir cada día en la presencia de Dios, caminar bajo su guía, depender de Él en todo. Porque sin la presencia de Dios, la vida cristiana se vuelve rutina y formalidad vacía.

I. La Necesidad de la Presencia de Dios

Cuando Moisés fue llamado por Dios para liberar a su pueblo, renunció a todas las ventajas que tenía en el palacio. Tuvo que pasar hambre, dificultades, desiertos. Pero cuando recibió la misión, su respuesta fue clara: “Si tu presencia no va conmigo, no voy a ninguna parte”.

Éxodo 33:15 dice:

“Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”.

Ese fue el secreto de su vida y de su ministerio. No eran sus palabras ni sus estrategias, era la presencia de Dios que lo respaldaba.

Si este pueblo no tiene la presencia de Dios, en vano canta, en vano se reúne. Pero la promesa de Dios es clara: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo” (Mateo 18:20). La presencia de Dios cambia el ambiente, transforma los corazones. Donde ella está, hasta los niños muestran la gracia de Dios y los más endurecidos doblan sus rodillas.

II. El Desafío de Disponernos a Dios

Muchas veces caemos en el error de cumplir oficios y rutinas religiosas sin dejar espacio a la manifestación de Dios. Podemos cantar, predicar, organizar, pero si no está la presencia de Dios, todo se vuelve mecánico y sin vida. Lo que realmente necesitamos es que el Espíritu Santo nos remeza, nos sacuda y nos llene nuevamente.

Él capacitó a los primeros discípulos, hombres sencillos, para cumplir el propósito de Dios en sus vidas. Hechos 4:13 nos cuenta que los líderes religiosos se maravillaban al ver la valentía de Pedro y Juan, porque sabían que eran hombres sin letras ni preparación, pero reconocían que habían estado con Jesús.

Hoy también la Iglesia necesita ese testimonio: que el mundo pueda decir: “Este hombre, esta mujer, ha estado con Jesús”. No se trata de sentirse menos que otro hermano, sino de disponernos como instrumentos en las manos de Dios. Como Isaías respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8), así también debemos responder.

III. La Presencia de Dios que Transforma

El Señor quiere habitar en nuestra vida y fortalecernos, para que podamos decir como Pablo:

“Ni la muerte, ni la vida, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada me podrá separar del amor que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:39).

Cuando la presencia de Dios se manifiesta, lo imposible se hace posible. Los temores se van, la fe crece, los corazones se ablandan y las cadenas se rompen. La presencia de Dios no se trata de pedir riquezas o bienes, sino de pedir que Él inunde nuestro corazón. Su presencia trae gozo, paz, paciencia, fortaleza, unidad y amor. Nos da poder para servir a Dios y también para servir a los demás con alegría e incondicionalidad.

La verdadera transformación no viene de esfuerzos humanos, sino de la obra del Espíritu en nosotros. Por eso 2 Corintios 3:17 nos recuerda:

“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”

No debemos temer a la manifestación del Espíritu. A veces pensamos que traerá desorden, pero bendito desorden cuando es el Espíritu Santo quien se mueve. En Pentecostés muchos se burlaron de los discípulos, pensando que estaban borrachos, pero era la obra del Espíritu que los capacitaba para hablar en otras lenguas y dar testimonio con poder.

La presencia de Dios se manifiesta en dones, en servicio, en comunión, en amor práctico. Cuando buscamos a Dios en lo secreto, Él se manifiesta en público. Jesús enseñó en Mateo 6:6:

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.

La Iglesia necesita vivir bajo la guía del Espíritu Santo para ser un pueblo vivo, fortalecido y victorioso.

IV. Señales de la Presencia de Dios en mi Vida

¿Cómo sé que la presencia de Dios está en mí? No es solo por emociones momentáneas, sino por evidencias claras en mi caminar diario:

– Cuando siento un fuerte deseo de leer y escudriñar la Palabra.
– Cuando anhelo estar en comunión con el Señor en oración.
– Cuando comparto con otros lo que Dios ha hecho en mí.
– Cuando los demás perciben la presencia de Dios en mi vida, aunque yo no diga nada.
– Cuando me deleito en servir a mi prójimo con humildad y amor.

Gálatas 5:22-23 nos da una lista de frutos que evidencian la presencia del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

V. La Presencia de Dios en Medio de la Sociedad

Hoy enfrentamos debates como el aborto o la eutanasia. La Palabra de Dios es clara: Salmo 139:13-14 dice:

“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras”.

Desde el embrión Dios ya nos conoce. Por lo tanto, la vida debe ser respetada desde la concepción.

En medio de corrientes que relativizan la vida y los valores, necesitamos sostenernos en la presencia de Dios y en sus principios eternos. Solo así seremos luz en medio de la oscuridad y sal que preserva en medio de la corrupción.

VI. Jesús, Nuestro Modelo de Dependencia del Padre

Jesús mismo buscó siempre la presencia del Padre. Antes de resucitar a Lázaro, oró. En Getsemaní, en el momento más difícil, clamó: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Si el Hijo de Dios dependió de la presencia del Padre, cuánto más necesitamos nosotros buscarla cada día.

Marcos 1:35 dice que Jesús se levantaba muy de mañana, siendo aún muy oscuro, y salía a un lugar desierto para orar. Su vida era un ejemplo de dependencia continua. Y si seguimos sus pasos, también podremos enfrentar las pruebas con victoria.

VII. Aplicación Personal

La presencia de Dios no es un lujo, es una necesidad. No es algo opcional, es lo que nos sostiene. Por eso, cada uno debe preguntarse: ¿Estoy viviendo en la presencia de Dios?, ¿estoy buscando su rostro cada día?

La meta no es simplemente asistir a un culto, sino experimentar la presencia del Señor en mi vida diaria: en el hogar, en el trabajo, en la escuela, en cada decisión. La Iglesia se vuelve firme y poderosa cuando cada miembro camina bajo la presencia del Espíritu Santo.

Conclusión

No debemos conformarnos con reuniones vacías. Necesitamos urgentemente la presencia de Dios en nuestra vida. Ella es la que fortalece, anima y da victoria. Pablo pudo decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Esa debe ser nuestra mayor ambición: vivir inundados por la presencia del Señor.

Ore, estudie, busque al Señor con todo su corazón. Y el resto, lo hará Él. Así nuestra Iglesia será viva, gloriosa, establecida en la presencia de Dios.

Que Dios les bendiga y les guarde. Amén.