¡Escucha el mensaje completo aquí!
Hay un pasaje bíblico ahí en el libro de Romanos, capítulo 5, versículo 8, que dice así:
“Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
A Dios, cuando murió en aquella cruz, no lo hizo por aquellos que son —¿no es cierto?— inteligentes, o por aquellos que son más sabios, o por aquellos que tienen mayores estudios. Dios murió en la cruz por cada uno de nosotros y nos ha dado esa oportunidad. El amor de Dios es un amor incondicional. Es un amor incondicional.
Todo ser humano tiene un anhelo escondido. Usted tiene un anhelo en su corazón. Todos tenemos un anhelo en nuestro corazón. Anhelamos algo —a veces de forma inconsciente—: ser amados verdaderamente.
¿Ha sentido usted que de repente no la aman? ¿Se ha sentido como que las personas que están a su alrededor no la quieren, no la aman? Muchas veces, muchos han sentido eso: no ser amados, no sentirse amados. Algunos piensan que pueden ser amados por lo que hacen, por lo que aparentan, o por cómo actúan. Pero no es así.
En este mundo, el amor muchas veces se da como una moneda de cambio. Y como esa moneda de cambio: te amo si me tratas bien. “El que me trata bien lo voy a amar, y si no me trata bien, no lo amo.” “Te amo si no fallas.” “Te amo si cumples mis expectativas.” Siempre va a haber una moneda de cambio: yo te doy si tú me das.
Pero, ¿sabe qué? Esa es la actitud nuestra como seres humanos. No es la actitud de Dios. Nosotros sabemos y hemos experimentado que hay un amor que rompe esa lógica humana. Un amor que no se explica, que no se gana, que se entrega gratuitamente. Ese amor tiene un nombre, y se llama Jesús. Se llama Dios.
Dios es un Dios de amor. Pero este Dios de amor no es cualquier Dios de amor. Es un Dios maravilloso, tanto que muchas veces ni siquiera nuestro entendimiento alcanza a comprender este amor tan profundo que tiene el Señor para nuestras vidas.
El amor incondicional de Dios es una decisión, no es un sentimiento. Dios no te ama por lo que haces. Él no te ama como nosotros amamos. Él no ama por lo que tú estás haciendo. Él no te ama porque tú eres fuerte. Él no te ama porque oras todos los días, ni porque vienes a la iglesia, ni porque participas de las actividades o porque sirves. Él te ama simplemente porque Él es amor. Su esencia es amor.
No hay otra comparación. La esencia del amor de Dios es maravillosa, tan profunda que muchas veces no logramos entenderla. Él decidió amarte incluso cuando tú y yo éramos sus enemigos. Cuando no pensábamos en Él. Cuando pecábamos con indiferencia. Cuando cometemos muchas faltas, muchos pecados —sutiles y no tan sutiles— el Señor, aun así, nos ama. Porque la esencia de Él es amor.
En esto consiste el amor, dice 1 Juan 4:10:
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero.”
Entonces el Señor es un Dios de amor. Pero Él te ama no porque tú lo ames, no porque tú lo busques, no porque tú le digas que lo amas. Él te ama porque Él es amor. Porque su esencia es el amor.
Ese amor es firme. Es eterno. Ese amor no cambia. Nosotros sí cambiamos. Cuando amamos, cambiamos. A este lo quiero, pero no tanto… le ponemos escala. En cambio, Dios no. Dios no ama con escalas. Él nos ama con un amor eterno. No tiene un comportamiento extraño como el nuestro. Mientras tú corres, el Señor te espera. Mientras tú dudas, Él te sigue amando.
¿Cuántas veces hemos dudado del poder del Señor? A veces decimos: “yo nunca he dudado”, pero esa duda ha estado ahí. Aun cuando dudamos, el Señor nos sigue amando.
¿Usted no se siente amada por el Señor? Yo me siento amada por Él. Y le digo: “Gracias, Señor, por tanto amor que tú tienes para conmigo.” No soy perfecta, soy la más imperfecta. Soy la más pecadora. Pero gracias porque me amas así como soy.
Cuando todos se alejan de ti, cuando nadie está a tu lado, Él permanece junto a ti. Qué hermoso es eso. Cuando todos me abandonan —y cuántas veces nos hemos sentido abandonados— ahí está el Señor, porque Él permanece con nosotros.
El amor incondicional de Dios te sigue con un propósito. No solo te busca, también quiere transformarte. Quiere hacer de ti una nueva criatura. Quiere hacer una nueva persona en ti. Y mientras Él espera que tú decidas ser transformado, ahí permanece el Señor con ese amor.
Él no solo quiere consolarte. Él quiere rescatarte, limpiarte, renovarte y darte un futuro. Jeremías 31:3 dice:
“Con amor eterno te he amado, por tanto, te prolongué mi misericordia.”
¿Ha sentido usted esa misericordia del Señor? Esa misericordia que el mundo no puede entender. Pero nosotros sí la comprendemos. Esa misericordia que no falla.
No hay nadie que nos pueda amar tanto como Dios. Yo amo mucho a mi esposo, y él me ama a mí. Amo mucho a mis hermanas, a mis sobrinas. Los amo a ustedes. Pero mi amor no se compara con el amor de Cristo. Yo les amo, pero el Señor les ama más. Y Él permanece a su lado.
Yo, como ser humano, me puedo cansar. No de amarles, pero sí por nuestro carácter… a veces uno se cansa. Pero el Señor no. A pesar de cómo somos, Él nos sigue amando y permanece a nuestro lado.
Dice: “Con amor eterno.” ¿Quiénes experimentan ese amor eterno? Aquellos que han recibido a Jesús como su único Salvador personal. Aquellos que han dicho: “Yo quiero que Jesucristo sea el Señor de mi vida.”
Él no solo te encuentra en el polvo. Te levanta. Te transforma. Te pone en un lugar especial. Así obra el Señor en nuestras vidas.
Primera de Juan 4:7-11 dice:
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también …
El mundo no entiende eso. ¿Por qué se aman tanto ustedes?, se preguntan. Tenemos diferencias, pero seguimos amándonos porque hemos conocido a Dios, el verdadero amor.
Queridos hermanos, si hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador, nuestra vida debe ser una vida de servicio. ¿Para quién? Para Dios. Porque hemos conocido que Él es un Dios eterno, un Dios de amor. Entonces, debemos servirle dentro de la iglesia, fuera de ella, en la comunidad. Hay tanta gente desesperada, sin esperanza, a la que podemos decirle: “Dios existe y es real.” Hay un amor eterno que solo se puede conocer si se tiene un encuentro con Él.
Dios no ignora tu pecado. Lo perdona. Lo limpia. Él es el Padre que corre a tu encuentro, que te cubre, que llora contigo cuando tú lloras y se goza cuando tú te alegras.
Él te dice: “Hijo mío, vuelve a casa. Vuelve a mis brazos.” Eso nos dice el Señor cada vez que estamos tristes y sentimos que nadie nos ama. Pero Él sí nos ama. Nada puede separarte de su amor: ni el pecado, ni el fracaso, ni el abandono. Cuando tú ya no crees en ti mismo, Él sigue creyendo en el propósito que puso en ti.
Romanos 8:35 dice:
“¿Quién nos separará del amor de Cristo?… Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.”
El amor humano puede quebrarse. El amor de Dios, no. Su amor no se gasta, no se apaga. No tiene escalas. Él no está cansado de amarnos. Aun en el silencio, Él te ama. Aun cuando lo negamos con nuestras actitudes, Él nos sigue amando. ¡Qué grande es ese amor del Señor!
Lamentaciones 3:22 dice:
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.”
¿Se siente usted querido por el Señor? Yo sí. Gracias, Señor, por tu paciencia y misericordia cuando hablo mal, cuando estoy irritada, cuando me equivoco. Tú me observas y sigues amándome.
2 Corintios 5:14 dice:
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron.”
El amor de Cristo nos impulsa. Nos anima. Pablo decía que ese amor es tan poderoso, tan transformador, que lo impulsa a vivir para Cristo. Y ese debe ser también nuestro sentir.
Si creemos que Jesús murió en la cruz por nosotros, ¿por qué no vivimos para Él? ¿Qué nos falta? ¿Dónde estamos titubeando?
No esperes a “estar mejor” para aceptar a Jesús. Nunca vamos a estar mejor lejos del Señor. Hoy es el tiempo. Mañana no lo sabemos.
Dios no espera tu perfección, sino tu rendición.
Él no vino por los sanos, sino por los rotos. Por los olvidados. Por los que no se sienten dignos. Si tú sientes que no mereces su amor, estás cada vez más cerca de recibirlo. Solo abre tu corazón y reconócelo.
Él vino por ti. Te ama con un amor eterno que jamás te soltará.
Yo he pasado por muchas cosas en mi camino cristiano. Pero nunca he visto que el Señor me haya soltado de su mano. Siempre ha estado ahí. Me ha abrazado. Me ha dicho: “Estoy contigo. Te amo.” Pacientemente me ha amado.



