¡Escucha el mensaje completo aquí!
Queridos hermanos, les saludo con amor en el nombre de nuestro Señor. Como mencionaba anteriormente Noemí, el énfasis de este mes es “Venga tu Reino”. Pero ¿cómo se manifiesta el Reino de Dios en nuestras vidas? La respuesta está en una dependencia profunda y real del Espíritu Santo. Jesús, antes de ascender, no nos dejó solos: dejó en nosotros su Espíritu para que habite y obre en nuestras vidas.
Sin embargo, muchas veces tratamos de hacer las cosas por nuestras propias fuerzas. Decimos: “yo puedo”, “yo me encargo”, pero terminamos abrumados, con problemas mentales, emocionales, y espirituales. Incluso como cristianos, atravesamos tiempos de soledad porque olvidamos que el Espíritu Santo está con nosotros. Hoy quiero recordarte que Dios nos dio su Espíritu para ayudarnos, porque sin Él nada somos y nada podemos hacer.
La mejor manera de parecernos a Jesucristo es depender del Espíritu Santo. Jesús mismo, antes de comenzar su ministerio, esperó el bautismo y luego fue guiado por el Espíritu. La Iglesia primitiva también esperó con paciencia el derramamiento del Espíritu. Y nosotros, ¿esperamos en el Espíritu o seguimos actuando a nuestra manera?
Hoy quiero compartir contigo cuatro formas de aprender a depender del Espíritu Santo en nuestra vida diaria. No solo en los momentos de alabanza o predicación, sino en todo lo que hacemos: en nuestro carácter, nuestras decisiones, nuestras pruebas y también en nuestras alegrías. No olvidemos que todo, incluso nuestras bendiciones, provienen de Dios. Dependamos de Él en lo bueno y en lo malo.
1. El Espíritu Santo es nuestra fuente de vida
Romanos 8:11 dice:
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”
El mismo Espíritu que resucitó a Jesús habita en nosotros. Él es quien nos da vida, quien nos levanta cuando estamos cansados, quien nos impulsa a buscar nuevamente la voluntad de Dios. Si estás desanimado, sin ganas de orar o de leer la Biblia, pídele ayuda al Espíritu. Él te renovará y te dará una nueva razón para seguir.
2. El Espíritu Santo nos guía y da dirección
Juan 16:13 nos dice:
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…”
El Espíritu no solo nos fortalece, también nos dirige. Él nos muestra cuándo hablar, cuándo callar, cuándo actuar. Muchas veces estamos tentados a responder enojados, pero el Espíritu nos dice: “¡Detente! Yo mando aquí.” Nos guía a la verdad, a actuar con sabiduría, a reconocer cuándo es tiempo de hablar y cuándo de escuchar.
También nos confronta. A veces no nos gusta lo que escuchamos, pero eso no significa que no sea de Dios. El Espíritu nos ayuda a discernir, a obedecer y a someternos, no solo a Dios, sino también a unos a otros, para que juntos podamos avanzar en la obra del Señor.
3. El Espíritu Santo nos capacita
Hechos 1:8 declara:
“Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…”
El Espíritu nos capacita para testificar de Jesús en cualquier lugar: en la iglesia, en la calle, en el supermercado, en la micro. Nuestra “Samaria” actual es cualquier lugar donde podamos reflejar a Cristo.
Quienes van a misiones, como a Ecuador, lo hacen porque el Espíritu los guía. Pero también hay necesidad aquí. Jesús fue guiado por el Espíritu a muchos lugares: Belén, Nazaret, Capernaúm, Samaria… incluso al desierto. Así también, nosotros debemos estar atentos a la guía del Espíritu para saber dónde servir y testificar.
4. El Espíritu Santo produce fruto en nosotros
Gálatas 5:22-23 dice:
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…”
No se trata de “los frutos” como si pudiéramos escoger solo uno. Es un solo fruto que contiene todas estas cualidades, y se manifiesta en quienes viven en el Espíritu. Un ejemplo de esto es José, en el Antiguo Testamento. Él demostró amor al perdonar a sus hermanos, gozo al mantenerse positivo en medio de la adversidad, paz al confiar en la soberanía de Dios, paciencia en su tiempo en prisión y dominio propio al resistir la tentación. ¿Cómo pudo hacerlo? Porque el Espíritu de Dios estaba con él.
Así también nosotros podemos mostrar estos frutos en el día a día, fuera de la iglesia, cuando nadie nos ve. Allí es donde se ve la verdadera integridad. No se trata de aparentar, sino de vivir en el Espíritu.
Conclusión
No vengo a juzgar a nadie, sino a motivarnos a recordar que el Espíritu Santo está con nosotros. Tal como confiamos en Jesús la primera vez y lloramos de gratitud por su salvación, sigamos confiando en Él cada día. Aunque no veamos al Espíritu con nuestros ojos, podemos ver su obra en nuestras acciones y en nuestro carácter.
Si has estado olvidando depender del Espíritu, hoy es el momento de volver a Él. De decirle: “Señor, yo dependo de Ti. Ya no quiero hacerlo por mi cuenta.”
Cuando dependemos del Espíritu, somos renovados. Los problemas no desaparecen, pero los enfrentamos con paz y esperanza. Porque todo lo que Dios permite tiene un propósito. Nosotros no vemos el panorama completo, pero Él sí. Y eso es fe: confiar aunque no entendamos.
Así que, hermano o hermana, ríndete al Espíritu Santo. Déjalo ser tu guía, tu fuerza, tu ayuda en todo momento. Él te llevará a vivir una vida de victoria, conforme al propósito de Dios.
Que Dios les bendiga y les guarde. Amén.